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Y no es porque no tenga nada que contar, sino, quizá, por todo lo contrario. Desde primero de año, como una de esas avalanchas que ahora se deslizan con el deshielo, todos los proyectos que de una manera u otra he ido pergeñando se han ido abriendo paso, poniendo a prueba mi capacidad de trabajo, que ha sido siempre bastante amplia, pero que ahora corre riesgo de verse desbordada.
La verdad, y lo tengo que reconocer, a veces siento un poco de vértigo. He dicho en muchas ocasiones, y hasta tengo un poema sobre ello, que me siento como una trapecista a la que se la pide una y otra vez el triple salto sin red.
No reniego de lo que soy y de adónde he llegado, en absoluto. Me siento orgullosa, aunque con toda la humildad que debo a mis errores, de haber conseguido en mi vida casi todos los objetivos que me he propuesto, por mí misma, y sin aprovecharme de causas ajenas. También agradezco, como no podía ser menos, todas las manos tendidas, las miradas agradecidas, los aplausos a mi labor. Y lo hago, igualmente, desde la humildad.
Pero en ocasiones, como la de hoy, cuando no encuentro esa inspiración a veces tan esquiva, cuando los días pesan, tengo la tentación de refugiarme no sé en dónde, buscar un rincón en el que pueda pisar tierra firme, sin preocuparme por tener que subir una vez y otra a ese trapecio desde donde volar, y desde donde, también, alguno espera que falle y me estrelle contra el suelo.
Sed felices.
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