sábado, 24 de octubre de 2015

¿Susto o muerte?



Dos microrrelatos para esta semana de que nos evocan el misterio y el terror. El primero es la reinvención de un cuento clásico. El segundo nos habla de un personaje legendario.
Espero que os gusten.

 
 DESOBEDIENCIA



Sintió frío. La humedad le llegaba hasta el tuétano del hueso. La luz del sol se perdía entre la espesura de la copas de los pinos. Arrebujada en su capa aferró con fuerza la cesta en la que llevaba las viandas. Mil ruidos se trenzaban con el viento, que ululaba entre las ramas  de los árboles.

Tras un grueso tronco observó unos preciosos narcisos que, demasiado temprano,  habían brotado a la orilla del riachuelo. A pesar de la advertencia machacona e insistente de su madre, abandonó el sendero. Fueron esas bellas flores lo último que vieron sus ojos. De la nada surgió un inmenso lobo que de una dentellada desgarró su tierna garganta. 

La sangre de la joven se confundió con el rojo de la caperuza que ya formaba parte de su sudario.


EL STRIGOI

Con el último empujón y un desgarrador alarido su pequeña cabecita asomó al mundo

Un fuerte tirón la partera le arrancó de las entrañas de su madre. Los dedos sarmentosos de la mujer cortaron con un herrumbroso cuchillo el último vínculo que le unía a ella. Entonces, como si el cordón alimentara también de vida a la mujer que le había alumbrado, ella lanzó un postrero estertor al separarles , y murió.

La comadrona le envolvió en unos viejos trapos y se lo entregó a su padre, quien le cogió con aprensión, como se coge a un animal que creemos nos puede atacar. Le miró un momento. Luego depositándolo en un cesto,  salió a la intemperie, en dirección al monasterio que se recortaba contra la fría luz de la luna.

Al llegar al portón el hombre depositó su carga en el escalón del dintel, tocando acto seguido la campana para avisar a los frailes. Tuvo un segundo de arrepentimiento, pero fue solo eso, un segundo. Se santiguó e inició el camino de regreso. Sabía que había hecho lo correcto. Su hijo era el séptimo hijo del séptimo hijo, concebido por un adulterio y había nacido maldito.  

Era un strigoi, un vampiro.


domingo, 18 de octubre de 2015

Pensando, pensando (V)

Un nuevo resumen de los pensamientos y reflexiones con los que doy los buenos días a diario en Facebook.


 No hay pegamento que pegue un corazón roto. La solución: un trasplante de olvido.

Dentro de cada uno conviven un sabio y un niño. Si el niño atiende al sabio, tendremos éxito; si el sabio escucha al niño, seremos felices.La madurez es encontrar el equilibrio.

El amor necesita ser tormenta, la amistad lluvia mansa.

La amistad solo tiene un talón de Aquiles: la mentira.

No hay mejor manera para adelgazar de problemas que llevar un régimen bajo en tonterías.

Nada teme más el envidioso que la humildad del envidiado y su mano tendida.

Cada día, cuando abro los ojos, sucede el milagro.

Quien siembra la duda en una certeza solo recoge el fruto del desconcierto y el caos.

Vivir lamentando el paso del tiempo es perderlo en cada paso que damos.

Vivimos en una sociedad afectada de un histrionismo enfermizo. Lo que no sea melodrama no interesa.

Últimamente en vez de ver la televisión hablo con mi perro: me aporta más intelectualmente.

Sed felices.

 

lunes, 12 de octubre de 2015

Españolidad

Hoy es el día de la fiesta nacional española.Una  fecha relacionada con uno de los acontecimientos históricos más relevantes de nuestra Historia: el decubrimiento de América por Cristóbal Colón. Tal vez sea la ocasión en que la celebración de este 12 de octubre esté rodeada de más polémica, sobre todo por la tan llevada y traída cuestión catalana.

Vaya por delante que no soy yo quien ponga en tela de juicio el sentimiento de cada uno hacia su terruño, que no hacia su país. Pero tal vez, al ser madrileña, mi nacionalismo patrio esté un tanto diluído en aras de haber convivido siempre con gentes que llegaban a mi ciudad, a mi provincia, de otros lugares. Sin ir más lejos, una que tiene ascendencia de los madriles que se remonta por línea materna hasta cuatro generaciones, rompí la tendencia y uní mi sangre a la manchega, con resultados más que satisfactorios a la vista de lo guapos que son mis hijos (orgullo de madre).

Claro que me gusta Madrid, pero no  me ciego al pensar que  soy diferente de una gallega, asturiana, andaluza o catalana, más allá de lo que lo puedo ser de una paisana. Tampoco pienso en reivindicar más allá que el hecho sustancial de reconocer que mi país es España y que quiero lo mejor para él y sus ciudadanos. No soy, tampoco, de sacar la bandera  e ir cantando "Que viva España", pero sí me duele el hecho de que los primeros que tiramos piedras contra nuestro propio tejado somos nosotros.

No cabe duda de que somos un país complejo- también lleno de complejos, si se me permite el juego de palabras- y de variadas características. La Historia, que nos enseña siempre, nos muestra que somos el resultado de un crisol de culturas, de paisajes, de gastronomía y sobre todo de personas al  que nos deberíamos sentir orgullosos de pertenecer, y no al que estar constantemente buscando las grietas por donde hacer palanca.

No somos las dos Españas que cantaba Machado. Nos hemos convertido en tantas como intereses en cada momento existe en aras de no se sabe muy bien qué. Pero toda regla tiene su excepción. La españolidad brota en todos los lugares de esta piel de toro en el momento en que una pelota se pone a rodar y once jugadores vestidos con la "roja" aparecen en el terreno de juego. Entonces hasta los más recalcitrantes empiezan a gritar: "soy español, español, español...".


Sed felices.





domingo, 4 de octubre de 2015

Monotonía

El ruido de una gota constante contra el acero del fregadero, el tic tac de un reloj, incluso el latido de un corazón en reposo podría ser banda sonora de la monotonía.

Saber con anticipación lo que ocurrirá ante una palabra, la reacción ante una acción siempre previsible, la misma sonrisa, el mismo ceño fruncido,  escenario perfecto de la monotonía.

Ser los mismos, estar en lo mismo, acompañarse de los mismos, un día y otro, sin solución de continuidad, como en una cinta de Moebius recorrida una vez y otra, la coreografía de la monotonía.

Una monotonía que era su talón de Aquiles, su situación más odiada.

Por ello, cada vez que tenía la oportunidad cogía el tren, aunque fuera en marcha y en el último momento, de la oportunidad para introducir cambios, sorpresas, rupturas de esa monotonía que la absorbía el túetano de la ilusión.

El único inconveniente era que, para su asombro, había quien no entendía esa preferencia por el riesgo, por estar siempre como una trapecista saltando en el vacío, y la reprochaban que no se quedara, tranquila, sentada en el andén, viendo pasar los trenes.

No lo haría. La vida necesita de bandas sonoras en las que el Allegro  se alterne con el Adagio,  en las que el pulso se acelere, en las que la sorpresa nos sitúe en ese límite en el que el corazón parece salirse del  pecho para caer en las manos de otro.

Seguiría cogiendo los trenes, aunque fuera en el último minuto, hasta el último viaje.

Sed felices.