domingo, 27 de septiembre de 2015

El amor mata

Sí, el amor causa más víctimas que muchas guerras o epidemias. No me refiero a las muertes que suceden en manos de aquellos animales que confunden amar con poseer y llevan a la práctica el "mía o de nadie". Tampoco a las muertes por celos. No, me refiero a que el amor mata el alma y la ilusión.

En mi libro Momentos de arena y hielo, el poema Amores viene a decir sobre esto: "Hay amores que matan/ y otros que mueren matando."

Últimamente veo demasiados cadáveres asaeteados de mala manera por las flechas de ese niño morcillón que llamamos Cupido. Flechas que en vez de atravesar el corazón, para inflamarlo de pasión, se han incrustado en la cabeza para llenarla de ideas pesimistas, oscuras y falta de ilusión.

En ocasiones creo que a los escritores nos deberían de llamar al orden. Somos un auténtico peligro social a la hora de contar historias o escribir poemas que desatan la imaginación y hacen que nuestros lectores cifren sus esperanzas en un amor eterno.El amor es eterno, sí, mientras dura, que, en una gran cantidad de ocasiones, suele ser una media de catorce años, según las estadísticas.

Entonces, en vez de marchar lentamente y en silencio al cementerio de los amores, muta en un virus, el desamor, que ataca cada célula de nuestro cuerpo, cada neurona de nuestra mente, y nos convierte en unas piltrafillas dolientes. Si el amor pudiera empaquetarse como los cigarrillos, debería llevar una etiqueta, al igual que ellos: "el amor mata".

Pero los seres humanos somos incorregibles, y queremos enamorarnos y sentir ese subidón de adrenalina, esas endorfinas desatadas en los besos, en los abrazos, en las miradas. Soñamos con noches inacabables de amor, esas que con las que  los escritores y poetas, ya nos vale, iluminamos páginas y páginas de libros.

Como diría el maestro Sabina: "Y morirme contigo sin te matas, y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata..."

Sed felices.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Paranoias, mirillas y renglones torcidos.

La paranoia, según el concepto científico, es una enfermedad psíquica que se caracteriza por tener ideas fijas y obsesivas, basadas en hechos infundados. Es decir, que alguien cree algo que en realidad no existe, pero que su mente construye.

Esta semana he tenido una experiencia bastante desagradable sobre este asunto. He sido el objetivo de una extraña paranoia que me ha puesto en el centro de una especie de teoría de la conspiración, por supuesto, falsa de toda falsedad.


Mi primera reacción fue indignarme. No hay nada en esta vida que me produzca más intransigencia que las injusticias, no solo las ajenas sino también las propias. Luego mi ánimo se fue transformando en tristeza. Porque es muy triste que personas a las que aprecias y tenías como amigos, resulten ser una especie de mal "remake" de Psicosis, con intercambio de los papels de Madre y Norman incluídos. Ahora, y siempre es mi tercera fase, me lo tomo con cierto sentido del humor, y utilizo la escritura para exorcizarlo.

Claro, que yo tengo mi propia teoría sobre ello. Hay vidas, y no sé por qué, que de pronto se vacían de contenido, o, a lo mejor, siempre lo han estado.Entonces, su manera de llenarla es asomándose a la mirilla de la vida de los demás, para envidiar y criticar aquello que no se tiene. Estas personas, cuya autoestima suele estar a la altura de un pitufo, se sienten imbuidos de una especie de "omnipotencia de las ideas", para concluir con un "o estás conmigo o estás contra mí". Como pollos sin cabeza se dedican a arremeter contra todo lo que se mueve, a encontrar ofensas en todo lo que se dice, a convertir en enemigos a aquellos que no les bailan el agua.

Torcuato Luca de Tena, en un libro muy recomendable, Los renglones torcidos de Dios, retrata a estas personas de una manera admirable. Inteligentes, manipuladoras y seductoras, son capaces de destruir, si uno no tiene cuidado, todo lo que tocan. Presas de su emparanoia (empanamiento por paranoia), lo mismo te expulsan de un grupo que piden la independencia de una parte del país.

En fin, lo mejor, tierra por medio, que el tiempo es el mejor juez.

Sed felices.




domingo, 13 de septiembre de 2015

Septiembre

Septiembre tiene para ella mucho más caracter de nuevo año que el mes de enero. Tal vez porque durante mucho tiempo, todo el que se dedicó a la docencia, era ese mes el que inauguraba un nuevo periodo, con nuevos alumnos y nuevos proyectos.

Ya hace varios años que dejó las aulas. Sigue sintiendo, porque negarlo, ese pellizquito de nostalgia al recordar los años dedicados a formar y enseñar. Fueron años de juventud, algo complicados porque había que saber colocar todas las piezas para que la torre no se viniera abajo, pero satisfactorios por el reto que supuso superarlo.

Ahora ya son otros tiempos, mucho más tranquilos, reposados y con la vista puesta en el hoy, no el futuro, porque sabe que no es más que una entelequia para obligarnos a hacer planes de pensiones, ahorrar, y angustiarnos por si no llegamos.

Pronto los árboles que ve desde su ventana se teñirán de amarillo, en una explosión dorada, como la de los fuegos artificiales para, como ellos, apagarse cuando las hojas alfombren el suelo. Algo cotidiano pero siempre sorprendente y distinto.

El aire septembrino refresca la cara, las nubes cubren amplios trozos del cielo y el aire huele a otoño. Entonces, por un instante, siente que el tiempo se para, que el mundo no gira, y que ella está en la puerta de ese nuevo año: tan solo tiene que abrirla y dar el primer paso.

Sed felices.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Dejarse querer

¿Qué tal mis queridos lectores? ¿Cómo va ese síndrome postvacacional? Mira que nos gusta convertir todo en patología, hasta lo que no es nada más que un perezón espantoso de volver a la rutina.

Imagino que, a excepción de los que cogen sus vacaciones en este mes de septiembre, el resto ya ocupáis vuestras plazas en el día a día. Yo también estoy inmersa en mi rutina, aunque este principio de curso me ha traído alguna sorpresa no demasiado agradable, otras estupendas y una faringitis importante: por ese orden.

Os tengo que confesar que, a pesar de esa imagen tan dinámica que suelo proyectar, soy una mujer también de acurrucarse, echarse la mantita encima y dejarse querer. Últimamente casi con exceso. No sé si serán las hormonas que andan un poco tiernas y ñoñas, pero estoy deseando que me abracen, besen y me digan que me quieren.

Mi padre, hombre sabio donde los haya, decía que yo era como las gatas, cariñosa cuando quiero pero sacando las uñas si me molestaban o deseo estar sola. Y creo que, como en tantas cosas, tiene razón.

Soy un poco felina. A veces me comporto como gata que anda sobre un tejado de cinc caliente, parafraseando a Williams; otras candonga buscando caricias; las más algo callejera, buscándome la vida. Como siempre esa diversidad que persiste en mi vida.

A la vuelta de este verano me siento gata muy casera,  de esas que se duerme sobre las rodillas mientras que le frotan el lomo. En fin que, tal vez, después de la presentación de mi última novela sea tiempo de tranquilidad, de lecturas, de ganchillo y de dejarme querer.

Sed felices!