martes, 24 de febrero de 2015

Epicentro

Entre las múltiples experiencias que una lleva en su costal puedo añadir, desde ayer, el saber la sensación, por pocos segundos, que produce un movimiento sísmico. Oír como la tierra ruge mientras se mueven las vitrinas y tiemblan los cristales de las ventanas no es agradable. Y, para una persona como yo, que todo me lo cuestiono, es una buena causa de reflexión.

Claro que todos sabemos que esos movimientos, terremotos en lenguaje coloquial, son habituales en otras tierras, en las que conviven con ellos; pero para aquellos que nunca lo hemos vivido no deja de ser algo excepcional.

Pasado el susto ya llegaron las noticias. El epicentro estaba en el sur de la península, en la región castellano manchega, una zona en la que desde hace tiempo vienen sufriendo esas sacudidas, algunas bastante dramáticas como la de Lorca, y a diez kilómetros de profundidad el hipocentro.

¡Cuan ajenos vivimos a lo que sucede más allá de la superficie que pisamos! Allí abajo, en ese centro de la tierra que escribió fantásticamente Julio Verne, las placas tectónicas se mueven como picatostes en un puré de magma terreste. Una sube, otra baja y la tierra tiembla. Así han surgido montañas, valles y se fueron separando los continentes e incluso han desaparecido especies animales y civilizaciones.

La Tierra viva, mutante, no entra en nuestros cálculos hasta que no la vemos en acción. Nuestros epicentros están en otros lugares.  Hoy, por ejemplo, en el palacio de las Cortes, con el debate del estado de la nación, en el que nuevamente unos y otros se pondrán a bajar de un burro.  Puede estar también en Bruselas, o con la Merkel, en un partido de fútbol  o mirándonos nuestro propio ombligo, algo que solemos hacer con frecuencia.

Mientras, la naturaleza sigue su curso, aunque, como una madre a la que se le acaba la paciencia de vez en cuando al ver tanto dislate, nos de una colleja en forma de terremoto y nos recuerde que, al final, manda ella.

Sed felices.

domingo, 15 de febrero de 2015

Noche de Carnaval

Ojos oscuros como el Estigia, como dos lunas nuevas.
Llenos de pasión, del fuego en el arden las almas en el infierno.
Atracción poderosa, más de mil planetas gravitando alrededor de sus pupilas.
Una sonrisa en sus labios de sangre.
Un halo de perfume que embriagó mi mente y me atrapó en una red de deseo.
A la luz de la luna amé su cuerpo desnudo.
Su rostro desconocido quedó para siempre oculto
tras una máscara de Carnaval.

domingo, 8 de febrero de 2015

Yo escribo, tú escribes, él escribe... Solos

Ayer estuve en el I Congreso de Escritores de Madrid, que se celebró en Alcalá de Henares. Todo un éxito, con más de noventa asistentes y siete ponentes  hablando durante cuatro horas sobre literatura. Fueron varios los aspectos que se trataron: cómo escribir, sobre qué hacerlo, cómo publicar, qué ayudas solicitar.

Una de las ponencias que más me gustaron fue la de Julia Barella, directora de la Escuela de creación literaria de la Universidad de Alcalá. En ella, Julia nos fue narrando su experiencia con los alumnos que se acercan para que les enseñen a expresarse por escrito. Lo curioso es que no solo se van aquellos que tienen inquietudes literarias, sino, también, aquellos que encuentran grandes dificultades en manejar la escritura y se dan cuenta de que tanto a la hora de examinarse como de ejercer una profesión les va a ser necesario.

A lo largo de la exposición la profesora Barella repitió varias veces que ve sufrir a muchos de estos estudiantes al enfrentarse a las palabras y que la causa que ella encuentra es que no leen, y si no se lee es muy difícil escribir. No puedo estar más de acuerdo. A escribir se aprende leyendo.

Pero no habló solo de la escritura creativa, sino de la escritura como disciplina de comunicación. El ejemplo está claro en la ortografía. Se pueden estudiar las reglas ortográficas hasta que se hiele el infierno, pero al final aprenderemos la manera correcta de escribir viendo una y otra vez las palabras.

La falta de lecturas, como no podía ser de otra manera, también ejerce gran influencia a la hora de sentarnos a imaginar tramas. Es muy posible que, comentaba la profesora, se nos ocurra una maravillosa aventura de un hombre que pierde el seso por leer demasiados libros y no saber que ya, hace siglos, alguien tuvo la misma idea. Y esa también es la causa de que encuentre textos técnicamente escritos de una manera correcta pero carentes de alma.


Para finalizar, y creo que esto fue de lo más ilustrativo, habló de la incapacidad de muchos jóvenes que quieren escribir de afrontar uno de los elementos fundamentales: la soledad. El escritor tiene que saber estar solo para poder entablar un diálogo entre si mismo y el mundo.

Luego Julia y yo coincidimos frente a una copa de buen vino. La felicité por su ponencia y la obsequié con un ejemplar de Mi vida en tacones, quedando para charlar, como invitada en sus cursos sobre blogs y escritura, en un futuro.



Sed felices.

domingo, 1 de febrero de 2015

Juego a tres bandas sin carambola.



Le parecía mentira haber conseguido traspasar la barrera de los prejuicios y  hacer realidad unos de sus sueños. Bueno, no solo el de él sino el de casi todos los hombres.

Había llegado a los cuarenta siendo un hombre de orden, de plaza fija en un ministerio- motivo de orgullo para sus padres y de envidia de sus amigos en paro-, con novia formal durante más de quince años, aunque el amor se frustrara en el último momento, dejándole a dos meses de la boda compuesto y con una hipoteca.

Contempló los bellos cuerpos y las manos ansiosas que  los recorrían a unos pocos centímetros de él mientras unos ojos lascivos le miraban y unas bocas se abrían entre lenguas. Eran como dos diosas. Su cabellos, cobrizos y castaños, refulgían bajo el color rosáceo de la lamparita, próxima a la cama, que atenuaba la penumbra de la habitación del hotel. ¡Él con dos mujeres!

Notaba como la excitación le iba en aumento y un ardor interior le quemaba la entrepierna, a pesar del aire acondicionado que le daba de plano. Pero era un hombre autocontrolado- no se puede ser de otra manera cuando se está de cara al público ocho horas al día, cinco días a la semana-, y quería sacar el mayor partido a su regalo.

Los suspiros y gemidos de las mujeres rompían el silencio como una candencia de deseo que seguía el ritmo de unos dedos que exploraban los lugares en donde pronto entraría él. Cuando sintió que llegaba al límite se incorporó para entrar en el juego. En ese momento sintió una tremenda punzada en la espalda que reconoció sin dudar.

-¡Noooo!- gritó con desesperación.

Las dos mujeres se quedaron paralizadas y cambiaron su mirada libidinosa por otra interrogatoria

-¡Maldito aire acondicionado! ¡Dios, qué dolor!-.

Efectivamente, su cara de placer se había convertido en una máscara de sufrimiento gracias al pinzamiento del nervio ciático, una lesión renuente por su trabajo sedentario.

Nunca conseguiría esa carambola a tres bandas.

Consciente de que todo estaba perdido, contempló con tristeza su lánguido miembro que se iba arrugando por momentos lo mismo que su sueño dorado. Hizo de tripas corazón y suplicó a las chicas que esperaban sin saber qué hacer.

-Por favor, que una me ayude a vestirme y que otra vaya llamando a un taxi.

Horas después, mientras le volvía a enseñar el culo a otra mujer, una enfermera de Urgencias que le inyectaba vitamina B, pensó en las palabras de Martínez, el muy imbécil, en la máquina del café aquella mañana.

- Ya sabes, Jiménez, de los cuarenta para arriba...Que ya no estamos para muchos trotes.
 
Autor de la ilustración Franz  Frichard

Nota de la autora: Franz Frichard es el alter ego de Ricardo Ranz.